jueves, 23 de diciembre de 2010

Sonrisas


Aquellas tazas de café y aquel cigarrillo marcaban el inicio de la tarde. Fuera, un pálido sol brillaba intentando hacer frente al gélido invierno. Dentro, bullicio y voces infantiles rompían el silencio.

-¿Te acuerdas de aquel…?
-Me acuerdo.
-Pero si no he dicho nada.
-Te he entendido.
-Pues eso, una gran sonrisa se dibujó en mi cara ese día.
-Tú también dibujaste en mí una sonrisa de oreja a oreja.
-Dicen que de todo se aprende, ¿no? Quizá lo esté haciendo. Siempre he pensado que ver el lado negativo de las cosas es fácil, lo difícil es encontrar la parte positiva. Lo que más nos cuesta, es lo que más beneficio nos reporta después.
-No te quito la razón. Dijo él tras beber un pequeño sorbo de café.
-Si solo me acuerdo de lo malo, avanzar será difícil. Siempre confío en que mi memoria borre esas cosas antes o después. En cambio, no estoy dispuesto a olvidar todas esas charlas, momentos, gestos…; todas esas cosas buenas que antes no sabía apreciar y que, cuando he necesitado algo a lo que agarrarme y de donde tirar, estaban ahí, tan nítidas como si acabasen de suceder.

Un leve suspiro hizo más cálido el ambiente y el pequeño esbozo de una sonrisa permitió que la conversación siguiese su curso…

-¿Sabes qué?
-Dime.
-Necesito motivación para todo y son esos recuerdos, y la esperanza de tener algunos más, los que me hacen sonreír, los que me hacen continuar, los que me hacen ser feliz.
Sé que ningún camino es fácil y que no debo darle tanta importancia a las cosas pero estoy intentando verlas desde un punto de vista diferente, uno que, cada día, me gusta más. Eso sí, te aseguro que no es fácil.
-Lo conseguirás, lo sé.
-¿Me ayudarás?
-Claro, en lo que pueda. Y otra sonrisa se volvió a dibujar en su rostro.

El café se enfrió, los cigarrillos se fueron consumiendo, los temas fueron cambiando y las horas pasaron volando sin ellos darse cuenta. Se sintieron a gusto. Por lo que sé, al menos uno de ellos salió de allí radiante; había echado tanto de menos esos momentos, que solo se le ocurría hacer una cosa: sonreír.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Créeme cuando te digo que te entiendo


Su espíritu camina a paso lento y sin rumbo sobre el paseo de la ciudad, la oscuridad entristece su mirada y el frío invernal arremete contra su cuerpo agrietando las zonas más sensibles de su blanquecina piel. Fija la mirada en cada punto de su trayecto con el fin de encontrar aquello que ansía ver…


Cree haber hallado su objetivo, realmente se encontrarían después de tanto tiempo. Siente dentro de su ser nerviosismo, ilusión y al mismo tiempo pánico ya que no sabe cómo su reacción será… Pero otra vez vuelve a fallar. Sus ansias de provocar el encuentro le han vuelto a jugar una mala pasada y es, en ese momento, cuando se siente tan ridículo que desearía que la tierra acabase con su vida de un bocado.


Se pone a pensar en el porqué de esas ansias y no se le ocurre ninguna explicación lógica. El fondo de su ser cree saberla pero la atesora con tanta fiereza que no le deja disponer de esa información. Él sigue buscando con ahínco, es decir, piensa y vuelve a pensar…


-¿Sigues sin darte cuenta aún que eso no te hace ningún bien?


Pues eso, vuelves a pensar y sigues pensando, se empiezan a remover las todavía turbulentas aguas de tu calmado estanque interior, el lodo emerge a la superficie y va acabando con toda vida que encuentra a su paso cual virus en los primeros momentos del invierno.


Eso sí, cada día eres más consciente, aunque todavía la teoría supera a la práctica, de que para ser feliz debes mirar hacia otro lado, debes dejar de pensar. Tu forma de ser, en cambio, te dice todo lo contrario, ¡enfréntate al problema!, ¡resuélvelo! pero le pides por favor silencio argumentando que en muchas ocasiones anteriores has seguido sus consejos y has acabado mal. En esta ocasión, decides tomar otro camino y no aumentar el grosor de esa lúgubre lista. Por una vez, ella te comprende y te deja actuar según el corazón, entiende que no quieras pensar porque no quieres que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento, ambos sabéis que son realidades completamente distintas…


Pero si para ser feliz es necesario dejar de pensar y traicionar así tus ideales, ¿es realmente verdadera esa felicidad?, ¿merece la pena traicionarte de esa manera?


– No sé, aunque siento que hoy sí toca.