miércoles, 8 de diciembre de 2010

Créeme cuando te digo que te entiendo


Su espíritu camina a paso lento y sin rumbo sobre el paseo de la ciudad, la oscuridad entristece su mirada y el frío invernal arremete contra su cuerpo agrietando las zonas más sensibles de su blanquecina piel. Fija la mirada en cada punto de su trayecto con el fin de encontrar aquello que ansía ver…


Cree haber hallado su objetivo, realmente se encontrarían después de tanto tiempo. Siente dentro de su ser nerviosismo, ilusión y al mismo tiempo pánico ya que no sabe cómo su reacción será… Pero otra vez vuelve a fallar. Sus ansias de provocar el encuentro le han vuelto a jugar una mala pasada y es, en ese momento, cuando se siente tan ridículo que desearía que la tierra acabase con su vida de un bocado.


Se pone a pensar en el porqué de esas ansias y no se le ocurre ninguna explicación lógica. El fondo de su ser cree saberla pero la atesora con tanta fiereza que no le deja disponer de esa información. Él sigue buscando con ahínco, es decir, piensa y vuelve a pensar…


-¿Sigues sin darte cuenta aún que eso no te hace ningún bien?


Pues eso, vuelves a pensar y sigues pensando, se empiezan a remover las todavía turbulentas aguas de tu calmado estanque interior, el lodo emerge a la superficie y va acabando con toda vida que encuentra a su paso cual virus en los primeros momentos del invierno.


Eso sí, cada día eres más consciente, aunque todavía la teoría supera a la práctica, de que para ser feliz debes mirar hacia otro lado, debes dejar de pensar. Tu forma de ser, en cambio, te dice todo lo contrario, ¡enfréntate al problema!, ¡resuélvelo! pero le pides por favor silencio argumentando que en muchas ocasiones anteriores has seguido sus consejos y has acabado mal. En esta ocasión, decides tomar otro camino y no aumentar el grosor de esa lúgubre lista. Por una vez, ella te comprende y te deja actuar según el corazón, entiende que no quieras pensar porque no quieres que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento, ambos sabéis que son realidades completamente distintas…


Pero si para ser feliz es necesario dejar de pensar y traicionar así tus ideales, ¿es realmente verdadera esa felicidad?, ¿merece la pena traicionarte de esa manera?


– No sé, aunque siento que hoy sí toca.

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